Hacer Turismo Invadiendo un País

MIS VACACIONES EN LA MISERIA DE LOS DEMÁS

Hacer turismo invadiendo un país

Ofelia de Pablo

Foto: (c) Ofelia de Pablo.

Ahmed salta al vacío desde su barca. 11 años y la vida por delante. Todo son risas, esto tan solo es un juego más a la orilla del mar en su amado Senegal. Su alegre sonrisa habla de la gente de su tierra, de su mundo de juego, de su desierto, de sus playas… un paraíso al alcance de este occidente sediento de nuevos destinos a bajo coste.
Una nueva descarga de occidentales llega de nuevo a las costas de Dakar, me encuentro con sus cámaras de fotos, sus lociones antimosquitos y su kit completo de supervivencia en África. Van de la mano de un touroperador que les lleva a un hotel “seguro”. La mejor forma de controlar a la “masa de turistas” es inocularles el miedo en el cuerpo con aquello de los “feroces nativos”. Cosas de la vida, tengo que pasar por ese hotel y cuál es mi sorpresa al verles con la famosa pulserita de todo incluido y unos estupendos nativos sacando a bailar a las damas –es un hotel destinado al turismo femenino de mediana edad– Felicidad enlatada a gusto del consumidor. “África es deliciosa” me comentan ellas entre alegres carcajadas. “Tienes que venir a nuestra excursión de mañana, es a los poblados locales”. Decido a apuntarme porque hay que ver para creer y cierto que casi me convierto pero al odio al occidental como religión de ahora en adelante.
Arranca el camión –de los de tipo safari– con veinte blancos estupendamente ataviados para la “aventura” gorras del touroperador incluidas. Nos acercamos a un pequeño poblado de chozas de paja en el que el enorme camión entra rugiendo como un león del pretendido safari. Los niños corren al encuentro y nuestros simpáticos protagonistas no hacen otra cosa que lanzarles caramelos y gorras a modo de escena “papal” –qué hermoso (pienso) sentirse rey por una vez a costa de los demás-. Una vergüenza organizada por el hotel que cada día repite esta excursión con sus nuevos 20 intrépidos viajeros. Pero no contentos con esta demostración de poderío imperial desembarcamos en la aldea. “Entren, entren –nos dice el conductor–, hagan todas las fotos que quieran. Ellos están acostumbrados”. El zoológico humano entra en acción. A lo lejos un chaval de 11 años viene caminando despacio, trae unos peces atados, me ve y trata de sonreír pero una avalancha de cámaras le envuelve en una improvisada “rueda de prensa”. “Sonríe”, piden los fotógrafos, Ahmed lo intenta pero hoy ya no es aquel niño que jugaba en la playa.

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